La dependencia extrema de los vehículos está destruyendo la felicidad en EE. UU.
Un estudio revela cómo depender en exceso de los vehículos reduce la satisfacción vital en Estados Unidos. ¿Es hora de cambiar el rumbo?
Un reciente estudio liderado por expertos en planificación urbana ha identificado un vínculo entre la dependencia excesiva de los vehículos y la disminución de la felicidad en Estados Unidos. Con un récord de 290 millones de vehículos en circulación en 2023, el 87% de los estadounidenses conduce diariamente. Los resultados muestran que, si bien tener un vehículo mejora la vida inicialmente, conducir en exceso tiene un efecto negativo significativo. Los investigadores señalan que este fenómeno, impulsado por décadas de políticas enfocadas en los vehículos, urge una solución sostenible.
Más kilómetros, menos felicidad
En 2023, más de 9 de cada 10 hogares en Estados Unidos poseían al menos un vehículo, consolidando al país como uno de los más dependientes de este medio de transporte. Sin embargo, la investigación liderada por Rababe Saadaoui, de la Universidad Estatal de Arizona, concluyó que usar el vehículo más del 50% del tiempo para actividades fuera del hogar reduce significativamente la satisfacción con la vida. Este hallazgo, basado en encuestas a una muestra representativa, señala que la dependencia extrema genera más desventajas que beneficios.
Entre las causas del malestar destacan el estrés de navegar continuamente por el tráfico, la falta de actividad física y el creciente coste de mantenimiento de un vehículo. Además, esta rutina reduce las interacciones sociales y puede aumentar la sensación de aislamiento. Aunque algunos conductores no perciben esta carga, otros reportan un peso emocional notable que afecta directamente su calidad de vida.
El impacto de esta dependencia va más allá del bienestar personal. Políticas urbanas, como la construcción obligatoria de aparcamientos y la expansión de suburbios, han moldeado un entorno donde caminar es casi imposible. De hecho, la mitad de los trayectos en vehículo son de menos de tres millas, un indicativo de cómo el diseño urbano ha promovido la necesidad de conducir incluso para los desplazamientos más cortos.
Los olvidados de la movilidad
La dependencia de los vehículos no afecta a todos por igual. Para personas como Anna Zivarts, que vive en Seattle y no puede conducir debido a una condición neurológica, la falta de alternativas accesibles transforma la vida diaria en un reto continuo. “Todo está diseñado en torno al vehículo”, afirma Zivarts, quien aboga por incluir las voces de quienes no conducen en el diseño de políticas de movilidad. Para ella, los desplazamientos en transporte público suelen ser largos y complicados, destacando cómo la falta de opciones refuerza la exclusión social.
Además, los efectos negativos se concentran en comunidades vulnerables, especialmente aquellas cercanas a carreteras importantes. El diseño de las infraestructuras ha fracturado vecindarios, promovido la contaminación y exacerbado desigualdades sociales, afectando desproporcionadamente a las comunidades de color. A pesar de las promesas de la administración de Joe Biden para reconstruir el transporte público y reducir la dependencia del vehículo, el presupuesto federal sigue priorizando la expansión de carreteras con más de 60.000 millones de dólares asignados en 2024.
Por otro lado, algunos pocos estadounidenses han optado por vivir en comunidades caminables, como Culdesac en Arizona, que prohíben los vehículos. Aunque esta elección ofrece una mayor calidad de vida, no está al alcance de la mayoría, que enfrenta la dependencia obligada del vehículo como una cuestión económica o de discapacidad.
Un sistema insostenible
La inversión continua en infraestructuras centradas en los vehículos perpetúa un modelo insostenible tanto a nivel social como ambiental. La congestión, la contaminación y los altos costes asociados con este modelo no solo afectan a los usuarios, sino también al entorno natural y a la cohesión de las comunidades. Además, las ciudades enfrentan retos crecientes para integrar soluciones alternativas, como el transporte público o las infraestructuras para bicicletas, en un espacio urbano diseñado prioritariamente para vehículos.
La falta de planificación a largo plazo también agrava el problema. Las políticas actuales rara vez consideran las necesidades de quienes no pueden o no quieren usar vehículos. Esto perpetúa un sistema desigual donde los más vulnerables son los más afectados. Las experiencias de quienes dependen del transporte público o las opciones de movilidad no motorizadas deben estar en el centro de las discusiones para avanzar hacia un modelo más inclusivo y sostenible.
¿Es esta la movilidad que queremos?
La realidad de la dependencia extrema de los vehículos en Estados Unidos invita a reflexionar sobre las prioridades de sus políticas urbanas y sociales. Si bien un vehículo puede simbolizar libertad y comodidad, el modelo actual ha transformado esta herramienta en una obligación que limita la calidad de vida. Para muchos, el tiempo perdido en trayectos interminables no solo es un inconveniente, sino un síntoma de un sistema que prioriza la infraestructura sobre las personas.
Un cambio hacia comunidades más caminables y conectadas no solo es necesario, sino inevitable si se busca construir un futuro más equitativo. La movilidad debe entenderse como un derecho universal, no como un privilegio condicionado al acceso a un vehículo. Esto requiere voluntad política, inversión en transporte público y la inclusión activa de voces marginadas en el diseño urbano. La pregunta no es si este cambio es posible, sino cuánto tiempo más estamos dispuestos a esperar para priorizar el bienestar colectivo.
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