¿Por qué el mar nos hace sentir tan bien? Ciencia detrás del bienestar
Descubre por qué nadar en el mar nos hace sentir tan bien: desde beneficios fisiológicos hasta el impacto del entorno marino, la ciencia detrás del bienestar que nos proporciona el agua salada.
El bienestar que sentimos al sumergirnos en el mar no es fruto de mitos ancestrales, sino de una combinación de beneficios fisiológicos y psicológicos. Desde la absorción de minerales hasta la regulación térmica, pasando por la frescura de la brisa marina, el mar ofrece una experiencia única que mejora nuestra salud y estado mental. Acompáñanos a explorar la ciencia detrás de esta sensación de bienestar y descubre por qué el mar es más que un simple lugar para nadar.
La ciencia detrás del bienestar en el mar
Posiblemente hayan escuchado decir que cuando nadamos en el mar, cuerpo y mente retornan a su estado más primigenio. Que nos sentimos fenomenal porque es como si retrocediéramos al útero materno o nos trasladásemos a etapas evolutivas muy ancestrales, a la de nuestros remotos antecesores peces. Pues bien, todo esto no son más que las versiones embrionaria y evolutiva, respectivamente, de… ¡un enorme mito carente por completo de fundamento científico!
Por muy atractivo que suene literariamente, no tenemos capacidad para recordar ni el estado ontogenético de nuestra persona como individuo, ni el estado filogenético de nuestro linaje como especie. Dicho de otra forma, ni nos acordamos de lo cómoda que era la bolsa amniótica que nos protegía cuando éramos fetos ni, muchísimo menos aún, tenemos la capacidad de saber lo que sentían los taxones que nos precedieron en nuestro camino evolutivo hasta la condición de Homo sapiens actual. Lo que sí es evidente –y repetidas veces contrastable y verificable– es la sensación de bienestar que nos genera un baño en el mar.
Diferencia entre placer y bienestar
El bienestar va más allá del simple placer. Mientras que el placer sería el disfrute de algo relacionado con el éxtasis o la euforia puntual (es decir, es una sensación inmediata), el bienestar es algo más profundo, es un estado de agrado más “consolidado”, armonioso y sosegado que trasciende lo puramente sensorial. Y se debe a que, mientras el placer se relaciona más con lo experimentado, el bienestar implica aspectos más plurales como la salud, la virtud, el conocimiento o la satisfacción de los deseos.
Cuando nos adentramos en el mar, y desde esta perspectiva, al placer puramente somático se le uniría un bienestar mental, bastante más complejo, que nos hace sentir en la mismísima gloria.
Beneficios neurofisiológicos de la inmersión en agua
Desde el punto de vista de la neurofisiología, se ha demostrado que la inmersión vertical en el agua genera efectos positivos de lo más interesantes. Para empezar, aumenta la velocidad de flujo de sangre que discurre por las arterias cerebrales medias y posteriores. Además, si la inmersión va acompañada de ejercicio de baja intensidad (como caminar en el agua), se consigue la misma velocidad del flujo sanguíneo cerebral que corriendo moderadamente fuera del agua. Menos esfuerzo para los mismos beneficios. Un chollo que justifica la buena prensa del aquagym.
Unido a este aumento del flujo circulatorio cerebral, los estímulos somatosensoriales que genera el aumento de la presión hidrostática producen un aumento de la actividad cerebral cortical, tanto en áreas motoras como sensoriales o parietales. Un chute para nuestro cerebro.
En tercer lugar, con tan solo sumergirse hasta los hombros se reduce el edema muscular y se aumenta el gasto cardíaco (sin incrementar el gasto de energía), lo que favorece el flujo sanguíneo generalizado y el transporte de nutrientes y desechos a través del cuerpo. Ésta, que se traduce en la reducción drástica de la sensación de fatiga, es la razón por la que se recomienda una sesión de jacuzzi a los deportistas tras un ejercicio intenso.
Los que no nos dedicamos a batir récords, lo que sí notamos es cómo nuestras piernas se tornan mucho más livianas al favorecerse el retorno venoso.
El mar versus la piscina
Todos los efectos anteriores son el resultado de la inmersión en el agua. Pero quizás esté pensando en que no nos sentimos igual de bien al nadar en una piscina que cuando lo hacemos en el mar. Y acierta de nuevo.
A los efectos derivados de la propia inmersión en agua, habría que añadir los relacionados con la especial naturaleza del agua marina.
Propiedades únicas del agua de mar
El agua de mar, como bien sabemos, recibe aportaciones fluviales continuas de sales y minerales. Las fuentes hidrotermales submarinas y las erupciones volcánicas del fondo del mar contribuyen también a mantener elevada su concentración salina (con 35 g/kg de agua por término medio, de los cuales, el 80 % corresponden a cloruro sódico y, el resto, fundamentalmente, a cloruro, sulfato y bromuro de magnesio).
La consecuencia directa es doble. Por una parte, el agua salada es más densa que la dulce. Ello supone un mayor empuje y, consecuentemente, un menor esfuerzo muscular para mantenernos a flote. Dicho de otra forma, nadamos más relajadamente en el mar porque flotamos más.
Por otra parte, las sales se absorben a través de la piel. Eso supone una contribución muy importante a la inhibición de la interrupción de la barrera cutánea causada por agentes irritantes dérmicos, lo que acelera su recuperación y previene su sequedad. Este hecho es especialmente interesante en el tratamiento de enfermedades cutáneas como la dermatitis de contacto o la psoriasis y ha supuesto la consideración de los baños de mar como terapia adyuvante en el tratamiento de la dermatitis crónica.
El entorno marino y su impacto en el bienestar
El gran volumen de agua que se acumula en mares y océanos actúa como un regulador térmico importantísimo. La mayor capacidad calorífica de un medio denso (como el agua) en comparación con el aire funciona como tamponador de temperaturas, de forma que las zonas costeras son menos frías en invierno y menos calurosas en verano que zonas de similar localización geográfica pero del interior. Eso supone un continuo enfriamiento del aire caliente y el establecimiento de corrientes que generan la reconfortante y fresca brisa marina.
La brisa, además, trae consigo una concentración muy elevada de aniones que penetran por la piel pero también por los pulmones. Sus efectos fisiológicos y psicológicos no son nada desdeñables: prevención de desórdenes neurhormonales, reducción de los efectos del estrés, acción antioxidante al aumentar los niveles de superóxidodimutasa e, incluso, mejora del acné.
Todavía podemos sumar más consecuencias beneficiosas, como el relax que nos suponen la intensidad del color azul o los efectos tranquilizadores y sedantes del maravilloso sonido del batir acompasado de las olas.
El bienestar que sentimos al sumergirnos en el mar no es fruto de mitos ancestrales, sino de una combinación de beneficios fisiológicos y psicológicos. La densidad del agua salada, la absorción de minerales, la regulación térmica y los efectos del entorno marino contribuyen a mejorar nuestra salud y bienestar. Así que la próxima vez que se adentre en el mar, sepa que está haciendo más que disfrutar de un buen chapuzón; está invirtiendo en su salud física y mental.
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